Un curioso aniversario



Con todo lo que tengo en la cabeza, hoy, miércoles 30 de septiembre del 2.015, casi me olvido, de que se cumplen 20 años de un aniversario destacable para mí.

La historia empieza unos días atrás, del mismo mes, pero de 1.995. Mi hermana quería ir a Tenerife con su marido y su hijo, de apenas un añito. Me preguntó, si quería ir con ellos. Yo, que soy muy poco dado a viajar, sobre todo, porque me mareo, tengo miedo a perderme y me entra la nostalgia, dije que no. En aquellos días, estaba en la droguería, trabajando. Una cliente de la que no tenía buena opinión, entró hecha una fiera, y sin motivo alguno, se puso a gritar:

"¡Niño" ¿Dónde está mis cinco mil pesetas? ¿Eh? ¡Mis cinco mil pesestas!

Yo le dije que no tenía, ni idea, de lo que me estaba hablando. Mi madre intentó tranquilizarla, y le preguntó si estaba segura de que se le habian perdido allí. Ella admitió que no lo sabía. Pero no por ello, dejó de pedir su dinero, a gritos.

Harto de sus malos modales, repliqué, de la misma manera. Pedí a mi madre que no le hiciera caso, y se fuera a por sus cinco mil pesetas a otra parte. Fue, entonces, cuando se marchó. Más tarde, nos enteremos de que había ido a varias tiendas del barrio a pedir su dinero, de forma parecida. Por culpa del suceso, durante un par de días, estuve muy inquieto y nervioso. Tal vez fuera ese, el motivo que me hizo cambiar de opinión. Iría con mi hermana y su familia a Tenerife.

Fue una decisión acertada. El lugar es encantador. Lo único que lamenté, fue no encontrar la dirección de un compañero de la mili que vivía allí, y que me hubiera gustado saber qué fue de él. No era el único. También conocí a otro, muy guasón, que cuando se metía con alguien, incluso conmigo, le decía la palabra "machango", que al parecer, quier decir, "monigote, muñequito, o persona poco suelta". Ví a dos niños, jugando, y uno de ellos llamó al otro, de manera amistosa, así. Me hizo
sonreír.

Al ojear los sitios que podríamos visitar, encontramos un submarino turístico. Te sentabas, mirabas por unos cristales, y  veías el fondo del mar. Pero temieron que mi sobrinito podría asustarse, y me pidieron que me montar, yo solo. Mi amor a los submarinos era público y notorio en mi familia. Casi podría decirse, que viajar en uno de ellos, era el sueño de mi vida.

Los pasajeros que nos queríamos montar, nos amontonamos cerca del submarino, que recuerdo, que se llamaba "Golden Trout". Era amarillo, como el de los Beatles, y muy parecido a éste. Dos personas nos miraron, que seguramente serían el capitán y un tripulante más. Creyendo que ninguna hablábamos castellano, dijo en voz alta:

-"¡Osú! Qué poca gente hay hoy ¿Qué hacemos?

-¿Qué vamos a hacer, sino arrancar e irnos?

En la superficie había un barquito, pendiente de nuestra situación. En vez de periscopio, había una pantalla de televisión. Mientras veíamos el fondo marino, escuchábamos música instrumental, como Enya, Kitaro, etcétera. De vez en cuando, veíamos algún barquito hundido, o restos de algún naufragio, y peces. El capitán, nos hablaba, brevemente, en varios idiomas, explicándonos la situación. El paseito duró, poco más de media hora. Una vez en la superficie, el capitán nos entregó unos diplomas en el que constaba la experiencia. Casi olvido mencionar, que a medida que bajábamos, una chica nos hacía fotos, por sorpresa. La compré, por supuesto. Un día como aquel, valía la pena de recordar, pese a ser treinta; un número, que por cierto, me trae mala suerte, ya que en el colegio, le tocó a un compañero bocazas, con el que a veces me llevaba mal, y otras, bien. Pero por culpa de los malos ratos, aborrecí ese número. El chaval está más que perdonado, pero la maldición del treinta, continúa.

Otra cosa mala que me sucedió, fue la cámara de video, que tanto sacrificio me costó reunir el dinero para comprarla. Resulta, que al subir el submarino a la superficie, me puse a filmar a mi alrededor. De repente, noto unas gotitas de agua salada en mi mano. Me había puesto, justo debajo de la torreta del submarino, y estaba goteando. Parece ser, que cayó agua en el interior de la cámara, porque en adelante, dejó de ir bien. La mandaba a arreglar, y cuando parecía que ya estaba el problema solucionado, volvía a resurgir, en el momento más inoportuno. Así resistí, cinco años más, hasta que en el 2.000, me compré otra, que por desgracia era del mismo tipo, para que se pudieran ver las cintas de ocho milímetros que tenía.

A pesar del percance, no me arrepiento de la experiencia. Ni siquiera que el día cayera en treinta. Es más, la foto, la tengo colgada en el pasillo de mi casa y con orgullo.

Comentarios

  1. Hola Antonio. He sonreido con tu experiencia viajando en un submarino. Son pequeños deseos que gusta realizar.
    Te envio un abrazo de amistad.

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Josefa. Yo también guardo un grato recuerdo. Fue una grata sorpresa inesperada, que pensé, sería imposible realizar :)

    Un fuerte abrazo,

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Expresa tu opinión, libremente, y sin miedo a robarle protagonismo al administrador de este blog ;) pero hazlo con respeto.

Entradas populares de este blog

Al silencioso visitante

Palo a la burra blanca, palo a la burra negra